Vida cotidiana – la moda
¿Cómo fueron cambiando los vestidos de las damas porteñas durante el siglo XIX?
Nunca ajena a los cambios, la moda fue reflejo de los hechos que se sucedieron durante el siglo XIX.
Y
entre todas sus manifestaciones, la del vestido femenino resulta la más
representativa. En ningún otro momento de la historia éste sufrió
tantas modificaciones. Las porteñas no escaparon a este proceso, aunque,
como siempre, dieron a los dictados europeos su toque personal. Hay que
tener en cuenta que desde los comienzos del Virreinato, en Buenos Aires
se usaba, con mucha diferencia de tiempo, la ropa que se traía de
España. Y en España se importaba la moda de Francia.
1810
La
Revolución Francesa hizo que se buscara la simplicidad y los vestidos
semejaban túnicas clásicas. Las porteñas los adoptaron, pero combinados
con el abanico, la peineta y la mantilla españoles. Los vestidos tenían
cintura alta, falda bastante angosta – de “medio paso” – y gran escote,
casi siempre cuadrado. Eran de colores claros y de muselina, seda o
linón.
1830
Volvió
a aparecer el corsé porque la cintura, ya en su posición natural, se
usaba cada vez más estrecha. La falda se fue ensanchando y acortando,
hasta dejar el tobillo a la vista, y las mangas adquirieron proporciones
exageradas. En la época de Rosas, las damas partidarias usaban el rojo
punzó desde el moño del peinado hasta los zapatos.
Una mujer desolada. Foto de Elena |
1850
Después
de Caseros, las tertulias porteñas se convirtieron en lujosos bailes.
Gracias al desarrollo de tintes artificiales, aparecieron vestidos de
llamativos colores y el miriñaque liberó a las damas del uso de las
pesada y molestas enaguas de algodón, necesarias para dar volumen a las
faldas, que se habían ensanchado.
1860
En
esta época, la falda alcanzó sus máximas dimensiones y un vestido podía
llevar hasta catorce metros de seda. Dice que por el volumen de las
faldas, las damas no podían caminar del brazo de los caballeros. Luego,
el miniñaque se fue aplanando en la parte delantera, lo que hizo que
hubiera más tela hacia atrás y se formara una cola en el vestido.
1870
Desapareció
el miriñaque y el sobrante de tela se fue convirtiendo en un polisón,
una especie de almohadilla que se aseguraba sobre la enagua. Abundaban
los fruncidos y tableados, y los adornos, como galones y borlas. Los
corsés se hicieron cada vez más largos y apretados, al punto de
dificultar los movimientos más sencillos.
1890
La
paulatina actuación de las mujeres en distintas actividades hizo que
los vestidos se fueran haciendo más prácticos. Las faldas eran ajustadas
a las caderas y terminaban en una cola, que la dama sostenía
graciosamente al costado. Las grandes tiendas eran las regidoras de la
moda y comenzó a usarse el traje sastre, apto para toda ocasión.
1910
Eran
tiempos de mucha actividad social y gran ostentación y extravagancia.
El corsé empujaba el busto hacia adelante y la cadera hacia atrás,
creando une peculiar silueta. Esto se veía tanto en los vestidos de
noche, que eran muy escotados, como durante el día cuando se usaban
cuellos altos y mangas abullonadas. El traje sastre adquirió
importancia.
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