Viaje a Comitlán
por Thomas Gage, Viaje por la Nueva España y la Guatemala, publicado en 1648
El
tercer día me despedí de mi anfitrion, quien no quería que me fuese,
pero que me condujo hasta Comitlán, donde fui invitado por el prior de
este convento, llamado fray Thomas Rocolano, un francés que siendo
extranjero para los españoles (no había más aparte de él e yo mismo)
buscó mi amistad saliendo al camino para encontrarme.
Esto
hizo a mitad de mi camino con muchos indios montados a caballo,
habiendo previsto un retiro donde hablamos convenientemente y
descansamos mientras nuestro chocolate y otros refrescos nos eran
preparados. No poca envidia sintió Peter Martin (como fui más tarde
informado en el convento) al verme la gran estima que se me tenía en el
país, pero sus buenas palabras y cumplidos con mucho excedieron la
sinceridad y sencillez de mi amigo francés.
En
Comitlan yo estuve todas una semana, cabalgando con el prior hasta los
pueblos indios y descendí de las colinas al valle de Copanabastla, donde
disfruté de muchos pasatiempos y distracciones entre los frailes e
indios y donde fui festejado a la manera de este país que conoce más la
dieta epicúrea que en Inglaterra o en cualquier parte de Europa; es más,
estoy persuadido (y lo he oído confesar a los españoles) que España ha
aprendido de las Indias, desde la conquista, muchas lecciones para el
adorno de varios platos y completar un festín o banquete.
Después
de una semana mi amigo el prior francés me condujo a Izquintenango para
aprovisionarme para mi subida a las montañas de Cuchumatlanes. Este
pueblo (como he observado anteriormente) estaba casi al final del valle
de Copanabastle y a dos millas de Cuchamatlanes. Es una de las más finas
ciudades indias de la provincia de Chiapa y muy rica, ya que hay mucho
tejido de algodón y, debido a su situación, por encontrarse en la
carretera de Guatemala, todos los mercaderes del país que comercian con
sus mulas pasan a través de esta ciudad y ahí compran y venden
enriqueciéndose con dinero y géneros.
Una mesita de piedra en la selva. Foto de Elena |
Tiene
gran cantidad de frutas, especialmente esa que llaman piña o fruta del
pino. Está situada al lado del gran río que corre por Chiapa de los
Indios y que tiene su nacimiento no muy lejos de los Cuchumatlanes. Aun
así, éste es ancho y profundo aquí. Ningún hombre o bestia que viaja
puede salirse o meterse de Guatemala sino navegándolo. Y como el camino
es muy utilizado por viajeros y por lo que se llama recuas de mulas
(cada recua contiene cincuenta o sesenta mulas) este ferry es utilizado
día y noche dejando mucha riqueza a la ciudad a fin de año.
Los
indios de la ciudad, además del ferry, han construido otras barcas
pequeñas o canoas que suben y bajan por el río. Donde el prior de
Coitlan me había llevado fuimos esperados por el vicario o fraile de esa
ciudad con el jefe y principal de los indios y casi todas las canoas.
Cuando
nos montamos en el ferry las pequeñas canoas nos siguieron con los
cantores de la iglesia cantando detrás de nosotros y otros tocando sus
tambores y trompetas.
El
fraile que vivía en esta ciudad se llamaba fray Jerónimo de Guevara,
pequeño de estatura, pero grande en estado, orgullo y vanidad, como se
enorgulleció de lo que nos había preparado, tanto en pescado como en
carne. Él era profeso de la mendicidad y pobreza, quien en doce años que
había vivido en esa ciudad y habiendo dicho misas por los muertos y
vivos, engañando y desplumando a los pobres indios, comerciando o
traficando con mercaderes que utilizaban esa carretera, había conseguido
seis mil ducados que él había enviado a España, a la Corte de Madrid,
para negociar con ellos, simoníacamente, el obispado de Chiapas que él
todavía no había podido obtener (aunque cuando salí de aquel país parece
que los rumores apuntaban hacia su consecución).
Él
bien podría, con una segunda remesa, obtener uno mejor. Después de dos
días de fiestas él y el prior de Comitlán unieron su poder y su
autoridad para verme bien provisto de indios para llegar a los
cuchumatlanes. Una mula estaba preparada para llevarme mi ropa de cama
(que solíamos llevar usualmente) en arcones de cuero llamados petacas,
otro indio para llevar mi petaquilla, donde estaba mi chocolate y todos
los enseres para hacerlo, y tres indios más para cabalgar delante y
detrás de mí para guiarme.
A
ninguno se les pagaría nada (ya que la costumbre de pagarles no debía
ser fomentada, en lo cual fui adoctrinado como novicio en ese país),
excepto que se les daría una taza de chocolate si lo bebía en el camino o
cuando mis viajes terminaran.
Así
que me despedí de mi buen amigo francés (que continuó la amistad por
frecuentes cartas enviadas a Guatemala) y a mi bajo pero inteligente
Guevara, que me aseguró que no tendría ningún entretenimiento hasta bien
pasado sobre los cuchumatlanes y llegado a Scapula, que estaba a cuatro
días de allí.
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