Vida de un prior en Nueva España
(por Thomas Gage, extracto de Viajes por la Nueva España y Guatemala)
El
fraile Calvo presentó al prior del convento de Santo-Domingo de San
Juan de Ulhúa (San-Juan de Ulúa o Veracruz) a sus dominicanos, quien nos
dio un caluroso recibimiento, ofreciéndonos unos dulces y una taza de
la bebida india llamada chocolate, de la que hablaré más tarde. Al
acabar este refresco comenzamos una buena comida de pescado y de carne,
no faltó ningún tipo de ave, nos ofrecieron numerosos pavos, capones y
gallinas para mostrarnos las abundantes provisiones del país.
El
prior de este monasterio no era anciano de cabello blanco como son
normalmente los superiores que tienen que gobernar a los frailes jóvenes
e irresponsables, sino que era un galante jovenzuelo que (según fuimos
informados) había obtenido de su superior de la provincia el mando de
ese convento con un soborno de mil ducados.
Después
de comer nos llevaron a unos cuantos a su aposento, donde observamos su
falta de sobriedad y el poco ambiente de religión y mortificación que
había en él.
Habíamos
esperado encontrar en su aposento una biblioteca que nos probara su
amor hacia el estudio y el aprendizaje, pero no encontramos más que doce
libros viejos situados en una esquina, llenos de polvo y telarañas,
como si estuvieran avergonzados de que el tesoro que encerraban
estuviera tan olvidado y menospreciado, y la guitarra (el laúd español)
ocupaba el lugar preferencial por encima de ellos. Su aposento estaba
ricamente decorado, colgaban muchos cuadros, algunos hechos con lana,
otros con plumas de Mecheocan de diversos colores, sus mesas estaban
cubiertas por manteles de seda, sus cajones adornados con varios tipos
de tazas y platos chinos, guardados con varias clases de carnes y
conservas.
Todo esto pareció a los celosos frailes de nuestra misión una gran vanidad impropia de un fraile pobre et mendicante.
A
los otros, cuya finalidad al venir a estos lugares desde España era
obtener libertad, relajamiento y riquezas, este espectáculo les agradó
mucho y les dio ánimos para adentrarse más en este país, donde pronto un
mendigo Lázaro podría convertirse en un satisfecho y rico Epulón.
El
discurso del joven y poco serio prior no era más que un vanidoso
fanfarronear de si mismo, su nacimiento, su amistad con el jefe superior
de la provincia, su proveniencia, el cariño que las señoras mejor
situadas y las mujeres de los comerciantes más ricos de la ciudad tenían
hacia él, de su clara y excelente voz y gran destreza en la música, de
lo cual nos dio una muestra tocando su guitarra y cantándonos algunos
versos (como él dijo, compuestos por él) dedicados a alguna bella
Amarylis o aun más bella Norma
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