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martes, 17 de abril de 2018

Cacao y chocolate

Cacao y chocolate


Por Thomas Gage (Viajes por Nueva España y Guatemala)

Hoy en día el chocolate es usado no sólo en todas las Indias occidentales, sino también en España, Italia y Flandes, con la aprobación de muchos y acreditados doctores en Física, entre los cuales destaca Antoni Colmenero de Ledesma ) que había vivido en las Indias), que escribió un erudito y curioso tratado sobre la naturaleza y cualidades de esta bebida; yo he creído adecuado añadir también algo refiriéndome a la experiencia que adquirí en el espacio de doce años.El nombre de chocolate es un nombre indio y está compuesto de atte, según algunos, o, como otros dicen, arle, que en la lengua mexicana significa agua, y el ruido que el agua (en donde es puesto el chocolate), hace, como choco, choco, choco, cuando se revuelve en una taza por medio de un instrumento llamado molinet o molinillo, hasta que hierve. Y así, como es un nombre compuesto, podemos también llamarla una bebida compuesta o confeccionada, en la que se encuentran diversos ingredientes de acuerdo con lo que dispongan los que lo han de consumir.

Pero el principal ingrediente (sin el cual no puede hacerse) se llama cacao, una especie de nuez o semilla mayor que una almendra, que crece en un gran árbol llamado “árbol del cacao”, y madure en una especie de gran cáscara, donde hay algunas veces más, algunas veces menos nueces de cacao, a veces veinte, a veces treinta, puede que incluso cuarenta de estas nueces.

Parque en América Central. Foto de Elena

Este cacao, aunque muy simple, contiene las cualidades de los cuatro elementos, aunque en opinión de la mayoría de los médicos se dice que es frío y seco, “a predominio”. También se encuentra en la sustancia que regula estas dos cualidades, restringente y obstructiva, de la naturaleza del elemento de la tierra, y como es un elemento, no simple, tiene partes correspondientes al resto de los elementos y, particularmente, toma parte de aquellos que corresponden al elemento del aire, que son calor y humedad, las cuales gobiernan por las partes suntuosas, por lo que del cacao se extrae mucha mantequilla, como he visto hacer a muchas mujeres criollas, qua la utilizan para untarse la cara, y no dejemos que esto, por increíble que se parezca.

Cuando el cacao se muele y revuelve las diversas partes que le ha dado la Naturaleza se mezclan íntimamente y artificialmente, y, así, las partes grasientas, cálidas y húmedas, mezcladas con las terrosas, las deja no tan astringentes como eran antes, sino en un término medio, más inclinadas al temperamento húmedo y cálido des aire que al frío y seco de la tierra, como puede verse cuando se hace para beber, que con sólo dar dos vueltas al molinillo sale una espuma grasienta que nuestra la gran parte aceitosa que la mezcla posee.

Así que, de todo lo que se ha dicho, se descubre fácilmente el error de aquellos que cuando hablan de esta bebida de chocolate dicen que causa bloqueos, porque el cacao es astringente, como si esta astricción no se corrigiera y modificara por la mezcla íntima de una parte con otra por obra del molido, como dije antes.

Además, teniendo tantos ingredientes que son calientes por naturaleza, debe tener necesariamente este efecto, es decir, abrir, atenuar y no cerrar. Y, dejando aparte más razones, se puede ver esta verdad en el cacao mismo, el cual, si no se resuelve, muele y prepara para hacer el chocolate, sino que se come tal como está en fruto (como muchas mujeres indias y criollas hacen), obstruye notablemente y causa bloqueos, y las hace parecer de un color pálido y terroso, como piezas de porcelana, blancas como la pared; por eso se usa mucho entre las mujeres españolas, que piensan que el color pálido y terroso (aunque con obstrucciones y estreñimientos) les embellece, y la única razón de que esto ocurra cuando el cacao se come así es que las diversas sustancias que contiene no se mezclan perfectamente únicamente con la masticación, sino que requieren mezcla artificial, da la que hemos hablado antes.

Juan Bautista Alberdi

¿Quién nació con la patria argentina?


Aunque a Sarmiento le gustara atribuirse el mérito, quien tuvo mejor derecho fue Juan Bautista Alberdi, nacido en San Miguel de Tucumán el 29 de agosto, a tres meses casi exactos de la Revolución de Mayo. Es un bello símbolo el hecho de que fuera este coetáneo de la Primera Junta quien redactara las llamadas Bases (impreso en Valparaíso, Chile, en 1852).

Esta obra fue utilizada por los congresistas que redactaron nuestra Constitución un año 
más tarde.

Fue también Alberdi, el hijo de la patria, el diplomático encargado por el gobierno surgido de esta carta magna para obtener el reconocimiento de la Confederación Argentina en París, Londres y otras naciones de Europa. Una obra poco conocida de Alberdi lleva el curioso título de Crónica dramática de la Revolución de 1810.

Juan Bautista Alberdi, retrato de la época

Las papas

Papas...


El tercer virrey del Río de la Plata era Nicolás Francisco Cristóbal del Campo Cuesta de Saavedra Rodríguez de las Varillas de Salamanca Solís García de Olalla y Sánchez Salvador, marqués de Loreto (ᵢLindo el nombre!) asume el mandato el 7 de marzo de 1784 y gobierna hasta el 4 de diciembre de 1789, o sea, durante 5 años. Introduce en América Latina la costumbre de comer papas en todas las ocasiones y nos lega varias recetas de papas, una de la cuales les presentamos con mucho gusto :

Una de las preparaciones con papa, uno de los ingredientes más elegidos para acompañar carne o ave asada :

  • En una sarten, coloque ocho tajadas de panceta bien estiraditas, sobre fuego fuerte
  • Cocínelas de ambos lados hasta que estén crijientes y sequitas.
  • Escúrralas sobre papel y reserve.
  • Hierva cuatro papas con piel. Cuando las papas estén listas, pélelas y córtelas en bastones o daditos.
  • Reboce los bastones o daditos con harina y déles un golpe de fritura en una sartén con aceite caliente, hasta dorarlos por todas sus caras.
  • Escúrralos y sírvalos con las tiras de panceta.
  • Estas papas son ideales para acompañar unas costillitas de cerdo a la plancha.

Edicifio en la calle Marcelo T. de Alvear. Foto de Elena

Centenario

Centenario de la Argentina


Que cien años no es nada

El 25 de mayo de 1910, bajo la presidencia de José Figueroa Alcorta, el país se paralizó en el Centenario, un poco por la emoción de la fecha y otro tanto por las huelgas. Pero a pesar de los problemas hubo euforia popular, mientras un centenar de invitados – encabezados por la infanta Isabel de España – descubrían asombrados de que se trataba ese rincón del Sur llamado Argentina.

Quiero verlo todo, dicen que dijo la infanta Isabel, cuando su barco, el imponente Alfonso XIII, se acercaba a la rada de Buenos Aires. Desde el puente de la embarcación, desafiando el frío, con una gorra de marinero en la cabeza, la hermana del rey de España saludaba a la multitud que la esperaba en la orilla. Ese gesto amistoso fue respondido con una ovación: su estancia iba a ser signada por esa corriente de simpatía. No en vano la ilustre visitante era conocida en su tierra simplemente como La Chata, que en criollo viene a significar la Ñata.

Y vino bien la buena onda de María Isabel Francisca de Asís de Borbón y Borbón, tal su nombre completo, porque a pesar de las guirnaldas y embanderamiento de calles y edificios, no todo olía bien en aquel Buenos Aires de 1910.

Las organizaciones sindicales anarquistas y socialistas habían convocado a una huelga general para que se derogase la Ley de Residencia, un mecanismo legal que permitía expulsar del país, sin mucho trámite, a los extranjeros considerados revoltosos. La huelga debía hacerse efectiva en vísperas del 25 de mayo, a horas de la gran celebración. Pero el gobierno que encabezaba el cordobés José Figueroa Alcorta, no solo se negó a la concesión, sino que redobló la apuesta: dictó la Ley de Defensa social, que aumentó la represión.

Hubo masivos arrestos (incluido el del socialista Juan B. Justo), allanamientos y quemas de locales sindicales. El escarmiento permitió que el 25 transcurriera sin violencia. Claro que para eso hubo que aplicar el estado de sitio. Y custodiar a la Infanta a toda hora con doscientos policías.

La fuente de la nimfas en el Puerto Madero. Foto de Elena

Isabel y diez más

La Infanta fue la estrella des Centenario. Su paseo en carroza al lado del presidente de la Nación es un clásico de los viejos documentales. Pero ¿no vino nadie más? La distancia y la poca variedad del transporte de la época (no existía la aviación comercial y los barcos demoraban un mes en llegar desde el Hemisferio Norte) privaron a los argentinos de una comitiva más numerosa. También incidieron algunos sucesos desafortunados, como la muerte de Eduardo VII, rey de Inglaterra (6 de mayo de ese año) que dejó a Gran Bretaña sin delegación.

Entre las visitas más importantes estuvieron el general alemán y Conde Colmar von der Goltz, el miembro de la familia imperial japonesa Eki Mocki, el general estadounidense Leonard Wood, el canciller de Paraguay, Adolfo Riquelme, y el vicepresidente de Perú, Eugenio Larraburu y Unanue. Sólo Chile estuvo representado por su presidente, Pedro Montt, quien ese mismo año falleció en Alemania de una enfermedad terminal.

España también fue el país que hizo el obsequio más esplendido: el que conocemos como el monumento a los Españoles, cuando en realidad se llama Monumento a la Carta Magna y las cuatro regiones argentinas. La Infanta puso la pierda basal en medio de una gran algarabía. Sin embargo, la obra escultórica pudo terminarse recién en 1927.

La comunidad británica residente en el país no se quedó atrás y nos legó la Torre de los Ingleses, instalada en el Retiro, que fue inaugurada con demora en 1916, en ocasión de otro Centenario, el de la Independencia.
Un rayo misterioso
El cielo y los astros quisieron asociarse al festejo. El cometa Halley que orbita cerca de la Tierra cada 75 años, más o menos, dijo “presente” aquel 1910. Algunos lo interpretaron como una señal de mal agüero, y por eso se quitaron la vida. Temían que fuera el anuncio del fin del mundo, aquí y en todas partes. Pero los más optimistas interpretaron su paso rasante como un guiño cósmico al esfuerzo sin desmayo que se venía haciendo para celebrar la instalación de la Primera Junta.

Se trabajaba las 24 horas y con nervios, porque parecía que no se iba a llegar a tiempo con las obras. El Almanaque del Mensajero comentaba: “Había causado alguna preocupación en el que se encontraban las calles deshechas para la renovación del afirmado. Y la Plaza del Congreso donde hace apenas tres meses se empezaban a demoler los edificios; y las exposiciones de Palermo e infinidad de obras del Gobierno y particulares, que se hallaban paralizadas a causa de la huelga de los artesanos”.

El hospedaje de las delegaciones des exterior se resolvió con el alquiler del Majestic Hotel que todavía se levanta sobre la Avenida de Mayo, en la suma de 300.000 pesos. Y con la ocupación de los palacios de las familias Bary y Mihanovich, para alojar la Infanta y el presidente de Chile.

Al fin y al cabo, como si Dios fuera en efecto argentino, todo estuvo listo a horas del comienzo de los festejos: se pudo respirar tranquilo. Y para confirmar que lo del Halley no había sido casualidad, el 23 de mayo, a dos días del gran día, hubo un eclipse de Luna.

El Sol del 25

Un gran desfile militar, con cerca de 30 mil integrantes de todas las armas, incluyendo 2.700 marineros extranjeros y 3.000 argentinos, fue el plato fuerte de la jornada. Las tropas, con uniforme de gala, recorrieron de punta a punta la Avenida del Mayo, observadas con admiración por el público desde la veredas, ventanas y balcones y por las autoridades e invitados desde las elegantes tribunas construidas delante de la Casa de Gobierno.

Las marchas interpretadas por las bandas militares excitaban a la multitud, que no dejaba de ondear banderitas argentinas. Los niños miraban extasiados el desfile, sentados sobre los hombros de sus padres, mientras los mayores le hacían en honor al acontecimiento, encendiendo un Centenario, el cigarrillo que se había puesto de moda por esos días y que se vendía en cajas de 20, 30 o 50 centavos.

Un arco cruzaba la porteña avenida de lado al lado. Debajo de él una multitud desfilaba llevando banderas después de la parada militar. La arteria había sido inaugurada apenas dieciséis años y fue uno de los centros de los festejos.

Por la noche se ofreció una función de gala en el teatro Colón, con la presencia del presidente de la Nación, la Infanta y los demás invitados. Se puso en escena la ópera Rigoletto, de Verdi, que tuvo como figura principal al tenor del momento, el italiano Titta Ruffo.

La fiesta se prolongó el resto del año, aunque cada vez con menos entusiasmo e invitados. Hubo nuevas recepciones de gala, funciones teatrales, algún atentado terrorista por allí, exposiciones nacionales e internacionales, inauguración de monumentos y ediciones especiales de libros y revistas. Se escribieron tangos alusivos, se plantaron árboles, se hicieron detonar explosivos (uno durante una función en el Colón), se acuñaron las medallas, se brindaron conferencias con la presencia de notables escritores como Ramón del Valle Inclán, Georges Clemenceau, Rubén Dario, y hasta el inventor de la radio, el italiano Giglielmo Marconi, que vino en septiembre.

Fue el cumpleaños con cien velitas. Quizás por eso hubo tanto fuego.

Por Rodolfo Piovera

El último apagón

El último apagón


El 21 de julio de 1963, a las 19.45, un inesperado corte de luz dejó en tinieblas a las dos terceras partes de la Capital Federal, provocó la interrupción de las emisiones de radio y TV y la suspensión de las funciones teatrales y cinematográficas. Los servicios fundamentales para la vida de la ciudad fueron profundamente alterados: la existencia de muchas personas corrió serio peligro al quedarse sin luz los quirófanos de varios hospitales, sin corriente eléctrica las incubadoras de la maternidades y los pulmotores ocupados por enfermos con difcultades respiratorias.

Al explicar las causas del accidente – exceso de presión de gas en el turbo-generador N8 de la superusina de Puerto Nuevo -, el vicepresidente de SEGBA, ingeniero Luis M. Gotelli, expresó que el inconveniente no volvería a repetirse y que la era de la baja tensión concluiría definitivamente a principios del año próximo, cuando entrasen en funcionamiento los cinco turbogeneradores de la Central Costanera, los cuales permitirán producir los 1.475.000 kilovatios-hora que requiere Buenos Aires.

Las obras para la instalación de esta moderna usina demandaron grandes esfuerzos : fue necesario rellenar 22 hectáreas, en su mayor parte ganadas al río, en la desembocadura del Riachuelo. En el interior de uno de los edificios – 169 metros de largo, 45 de ancho y 44 de alto – cinco calderas, que podrán ser alimentadas con cabrón, fuel-oil o gas, quemarán, para producir 600.000 kilovatios-hora, tantas calorías como las que consume de gas Buenos Aires. En otra construcción de dimensiones similares se halla la sala de máquinas, por debajo de la cual circulará un río artificial: 100 millones de litros de agua por hora, bombeados a través de los condensadores. Allí están instalados tres de los cinco turbogeneradores de 120.000 kilovatios cada uno, y actualmente se procede al montaje de otros dos que empezarán a funcionar según se estima en los primeros meses de 1964.

Central termoelectrica de SEGBA. Foto de Elena

 Hace 34 años – el 5 de julio de 1929 -, los dos primeros turbogeneradores de la superusina de Puerto Nuevo, con una potencia de 52.500 kilovatios cada uno, iniciaron el suministro de energía a una ciudad que tenía solamente un millón y medio de habitantes. Dos décadas después, con el aporte de cuatro nuevas unidades, la poetncia de dicha usina se elevó a 315.000 kilovatios. Desde entonces, la provisión de energía eléctrica a Buenos-Aires, que entretanto cuadruplicaba su población, se efectuó año tras año con crecientes dificultades. Dentro de algunos meses el funcionamiento de los turbogeneradores de la Central Costanera – uno de ellos, de 194.000 kilovatios, es el más potente de América latina – pondrá fin al problema de la baja tensión, y las promesas del ingeniero Gotelli serán confirmadas por los transeúntes nocturnos.

Toda esta energía se halla vigilada por controles provistos de aparatos reguladores automáticos. Cinco hombres – ingenieros y técnicos – montan guardia permanente ante un tablero que da la señal de alarma y permite ubicar con exactitud, y en pocos segundos, el lugar en que se produce cualquier accidente. La potencia de las dos grandes centrales, sumada a los 160.000 kilovatios que produce la usina de Dock Sur – recuperada del incendio de agosto del año pasado – y a los 56.000 kilovatios de otras centrales menores, podrá satisfacer las necesidades de una población de 6 millones de habitantes, cuyo consumo anual es de 13 millones de kilovatios.

Como primer paso, las restricciones de consumo de energía eléctrica a la industria fueron levantadas. Cuando este plan energético se cumpla en su totalidad. Buenos habrá recuperado una de las características exteriores más importantes que distinguen a las grandes ciudades del mundo: su iluminación. Y el corte de luz des 21 de julio de 1963 pasará a la historia porteña como “el último apagón”.

Cacao y chocolate

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