Centenario de la Argentina
Que cien años no es nada
El
25 de mayo de 1910, bajo la presidencia de José Figueroa Alcorta, el
país se paralizó en el Centenario, un poco por la emoción de la fecha y
otro tanto por las huelgas. Pero a pesar de los problemas hubo euforia
popular, mientras un centenar de invitados – encabezados por la infanta
Isabel de España – descubrían asombrados de que se trataba ese rincón
del Sur llamado Argentina.
Quiero
verlo todo, dicen que dijo la infanta Isabel, cuando su barco, el
imponente Alfonso XIII, se acercaba a la rada de Buenos Aires. Desde el
puente de la embarcación, desafiando el frío, con una gorra de marinero
en la cabeza, la hermana del rey de España saludaba a la multitud que la
esperaba en la orilla. Ese gesto amistoso fue respondido con una
ovación: su estancia iba a ser signada por esa corriente de simpatía. No
en vano la ilustre visitante era conocida en su tierra simplemente como
La Chata, que en criollo viene a significar la Ñata.
Y
vino bien la buena onda de María Isabel Francisca de Asís de Borbón y
Borbón, tal su nombre completo, porque a pesar de las guirnaldas y
embanderamiento de calles y edificios, no todo olía bien en aquel Buenos
Aires de 1910.
Las
organizaciones sindicales anarquistas y socialistas habían convocado a
una huelga general para que se derogase la Ley de Residencia, un
mecanismo legal que permitía expulsar del país, sin mucho trámite, a los
extranjeros considerados revoltosos. La huelga debía hacerse efectiva
en vísperas del 25 de mayo, a horas de la gran celebración. Pero el
gobierno que encabezaba el cordobés José Figueroa Alcorta, no solo se
negó a la concesión, sino que redobló la apuesta: dictó la Ley de
Defensa social, que aumentó la represión.
Hubo
masivos arrestos (incluido el del socialista Juan B. Justo),
allanamientos y quemas de locales sindicales. El escarmiento permitió
que el 25 transcurriera sin violencia. Claro que para eso hubo que
aplicar el estado de sitio. Y custodiar a la Infanta a toda hora con
doscientos policías.
La fuente de la nimfas en el Puerto Madero. Foto de Elena |
Isabel y diez más
La
Infanta fue la estrella des Centenario. Su paseo en carroza al lado del
presidente de la Nación es un clásico de los viejos documentales. Pero
¿no vino nadie más? La distancia y la poca variedad del transporte de la
época (no existía la aviación comercial y los barcos demoraban un mes
en llegar desde el Hemisferio Norte) privaron a los argentinos de una
comitiva más numerosa. También incidieron algunos sucesos
desafortunados, como la muerte de Eduardo VII, rey de Inglaterra (6 de
mayo de ese año) que dejó a Gran Bretaña sin delegación.
Entre
las visitas más importantes estuvieron el general alemán y Conde Colmar
von der Goltz, el miembro de la familia imperial japonesa Eki Mocki, el
general estadounidense Leonard Wood, el canciller de Paraguay, Adolfo
Riquelme, y el vicepresidente de Perú, Eugenio Larraburu y Unanue. Sólo
Chile estuvo representado por su presidente, Pedro Montt, quien ese
mismo año falleció en Alemania de una enfermedad terminal.
España
también fue el país que hizo el obsequio más esplendido: el que
conocemos como el monumento a los Españoles, cuando en realidad se llama
Monumento a la Carta Magna y las cuatro regiones argentinas. La Infanta
puso la pierda basal en medio de una gran algarabía. Sin embargo, la
obra escultórica pudo terminarse recién en 1927.
La
comunidad británica residente en el país no se quedó atrás y nos legó
la Torre de los Ingleses, instalada en el Retiro, que fue inaugurada con
demora en 1916, en ocasión de otro Centenario, el de la Independencia.
Un rayo misterioso
El
cielo y los astros quisieron asociarse al festejo. El cometa Halley que
orbita cerca de la Tierra cada 75 años, más o menos, dijo “presente”
aquel 1910. Algunos lo interpretaron como una señal de mal agüero, y por
eso se quitaron la vida. Temían que fuera el anuncio del fin del mundo,
aquí y en todas partes. Pero los más optimistas interpretaron su paso
rasante como un guiño cósmico al esfuerzo sin desmayo que se venía
haciendo para celebrar la instalación de la Primera Junta.
Se
trabajaba las 24 horas y con nervios, porque parecía que no se iba a
llegar a tiempo con las obras. El Almanaque del Mensajero comentaba:
“Había causado alguna preocupación en el que se encontraban las calles
deshechas para la renovación del afirmado. Y la Plaza del Congreso donde
hace apenas tres meses se empezaban a demoler los edificios; y las
exposiciones de Palermo e infinidad de obras del Gobierno y
particulares, que se hallaban paralizadas a causa de la huelga de los
artesanos”.
El
hospedaje de las delegaciones des exterior se resolvió con el alquiler
del Majestic Hotel que todavía se levanta sobre la Avenida de Mayo, en
la suma de 300.000 pesos. Y con la ocupación de los palacios de las
familias Bary y Mihanovich, para alojar la Infanta y el presidente de
Chile.
Al
fin y al cabo, como si Dios fuera en efecto argentino, todo estuvo
listo a horas del comienzo de los festejos: se pudo respirar tranquilo. Y
para confirmar que lo del Halley no había sido casualidad, el 23 de
mayo, a dos días del gran día, hubo un eclipse de Luna.
El Sol del 25
Un
gran desfile militar, con cerca de 30 mil integrantes de todas las
armas, incluyendo 2.700 marineros extranjeros y 3.000 argentinos, fue el
plato fuerte de la jornada. Las tropas, con uniforme de gala,
recorrieron de punta a punta la Avenida del Mayo, observadas con
admiración por el público desde la veredas, ventanas y balcones y por
las autoridades e invitados desde las elegantes tribunas construidas
delante de la Casa de Gobierno.
Las
marchas interpretadas por las bandas militares excitaban a la multitud,
que no dejaba de ondear banderitas argentinas. Los niños miraban
extasiados el desfile, sentados sobre los hombros de sus padres,
mientras los mayores le hacían en honor al acontecimiento, encendiendo
un Centenario, el cigarrillo que se había puesto de moda por esos días y
que se vendía en cajas de 20, 30 o 50 centavos.
Un
arco cruzaba la porteña avenida de lado al lado. Debajo de él una
multitud desfilaba llevando banderas después de la parada militar. La
arteria había sido inaugurada apenas dieciséis años y fue uno de los
centros de los festejos.
Por
la noche se ofreció una función de gala en el teatro Colón, con la
presencia del presidente de la Nación, la Infanta y los demás invitados.
Se puso en escena la ópera Rigoletto, de Verdi, que tuvo como figura
principal al tenor del momento, el italiano Titta Ruffo.
La
fiesta se prolongó el resto del año, aunque cada vez con menos
entusiasmo e invitados. Hubo nuevas recepciones de gala, funciones
teatrales, algún atentado terrorista por allí, exposiciones nacionales e
internacionales, inauguración de monumentos y ediciones especiales de
libros y revistas. Se escribieron tangos alusivos, se plantaron árboles,
se hicieron detonar explosivos (uno durante una función en el Colón),
se acuñaron las medallas, se brindaron conferencias con la presencia de
notables escritores como Ramón del Valle Inclán, Georges Clemenceau,
Rubén Dario, y hasta el inventor de la radio, el italiano Giglielmo
Marconi, que vino en septiembre.
Fue el cumpleaños con cien velitas. Quizás por eso hubo tanto fuego.
Por Rodolfo Piovera
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